lunes, 20 de agosto de 2012

Ariadna a Teseo


La abandonada a las fieras, malvado Teseo, todavía vive. ¿Querrías aceptar esto con mente ecuánime? Más agradable que tú encontré a toda raza de fieras. Confiada a cualquiera no estaba peor que confiada a ti. Lo que lees, Teseo, te lo envío desde aquel litoral desde donde las velas se llevaron tu nave sin mí, en donde de mala manera me traicionó mi sueño y tú, criminalmente tendiste una trampa a mi sueño.

Era el tiempo en el que la tierra por primera vez es salpicada de cristalina escarcha y las aves se quejan ocultas en las frondas. Medio despierta y lánguida por el sueño moví las manos para abrazarme a Teseo medio tendida. ¡No había nadie! Alargo las manos y de nuevo lo intento, y muevo los brazos por todo el lecho. ¡No había nadie! Los miedos expulsaron al sueño. Me incorporo aterrada, y del lecho vacío se precipitan mis miembros. Al punto resonó mi pecho con los golpes de mis palmas, y me arranqué mis cabellos, tal y como estaban despeinados del sueño. Había luna. Miro, por si viera algo más allá de la costa. Mis ojos no tienen nada que contemplar excepto la costa. Ora aquí, ora allá, de un lado a otro sin orden corro; la profundidad de la arena retrasa mis pies de muchacha. Y mientras tanto gritaba en la costa: ¡Teseo! Me devolvían tu nombre las cóncavas rocas, y cuantas veces yo te llamaba, otras tantas el lugar mismo te llamaba. El mismo lugar quería ofrecer su ayuda a la desdichada. Había un monte (escasos arbustos aparecen en su cima). De allí pende un peñasco desgastado por el ronco oleaje. Lo subo (el ánimo me daba fuerzas) y así mido con mi vista a lo lejos el ancho mar. Desde allí yo –pues también gocé de vientos crueles– vi tus velas tendidas por el impetuoso Noto. Ya las viera o pensara que las había visto, me quedé más fría que le hielo y medio muerta. El dolor no me permite languidecer largo tiempo; con él me reanimo, me reanimo y llamo a gritos a Teseo. “¿A dónde huyes?”, grito, “¡vuelve, malvado Teseo! Vira tu nave, no tiene aquella su número!”. Estas cosas dije yo. Lo que faltaba a mi voz, lo suplía con mis gemidos. Los golpes se mezclaron con mis palabras. Por si no me oías, para que pudieras verme a lo lejos, hacia señales con mis manos agitadas a lo lejos. Puse un velo blanco en una rama larga para que te avisara de que sin duda te habías olvidado de mí. Y ya habías sido arrebatado a mis ojos. Entonces al fin me puse a llorar. Antes mis tiernas mejillas se habían embotado por el dolor. ¿Qué más podían hacer mis ojos que llorar, después que habían dejado de ver tus velas? Y yo viajaba sola con los cabellos revueltos, como una bacante agitada por el dios Ogigio, o me senté en una roca, fría, mirando al mar, y yo misma era tan de piedra como mi asiento. Muchas veces volví al lecho que nos había acogido a los dos, pero que no iba a tenernos juntos de nuevo, y toco tus huellas en lugar de a ti, lo único que puedo hacer, y las sábanas que abrigaron tus miembros. Me acuesto y rebosando la cama lágrimas derramadas, exclamo: “¡Dos nos acostamos, devuélveme a dos! Aquí venimos dos, ¿por qué no salimos los dos? Pérfido lecho, ¿dónde está la parte más importante de mi vida?”.

¿Qué puedo hacer? ¿A dónde seré llevada sola? La isla no está cultivada. No veo rastros de hombres ni labores de bueyes. El mar rodea la tierra por todas partes; en ninguna parte hay marineros, ninguna nave que vaya a ir por caminos inseguros. Imagina que se me dan compañeros, vientos y una nave: ¿para qué seguirlos? La tierra paterna me niega la entrada. Aunque me deslizara en feliz nave por aguas en calma, aunque Eolo templara los vientos– ¡seré una desterrada! Y yo, no te veré, Creta, distribuida en mil ciudades, tierra conocida por Júpiter niño, puesto que mi padre y la tierra gobernada por mi justo padre fueron traicionadas, nombres queridísimos, por mí acción, cuando a ti, no fuera ser que, vencedor, no murieras en las retorcidas moradas, te di un hilo para que dirigieran tus pasos como guía. Entonces me decías: “Juro por estos mismos peligros que tú serás mía, mientras los dos estemos vivos”. Estamos vivos, Teseo, y no soy tuya –si es que está viva una mujer que ha sido sepultada por el engaño de un pérfido marido. ¡Ojalá me hubieras sacrificado, malvado, con la misma maza que a mi hermano; hubieras cumplido con mi muerte la palabra que me diste.

Ahora yo no sólo voy a recordar lo que tendré que sufrir, sino lo que puede soportar cualquier mujer abandonada: mil formas de morir se viene a mi mente, y la muerte supone menos castigo que la espera de la muerte. Supongo que ya estarán al llegar los lobos por un lado o por otro, que me desgarraran las entrañas con ávidos dientes/su ávida dentellada. ¿Quién sabe si esta tierra cría rubios leones? ¿O quizá crueles tigresas tiene esta isla? ¡Y se dice que los mares expulsan enormes focas! ¿Quién impide que también espadas me atraviesen mi costado? Sólo que no se me ate con crueles cadenas cautiva ni arrastre grandes lotes de lana con mi mano esclava, a mí que tengo a Minos de padre, a la hija de Febo de madre y lo que más recuerdo, ¡que te he sido prometida a ti! Si el mar, si las tierras y el alargado litoral veo, mucho me amenaza la tierra, mucho las aguas. Quedaba el cielo –¡temo las estatuas de los dioses!. Quedo abandonada como presa y alimento de fieras rabiosas. Si viven y habitan hombres, desconfío de ellos. De mis heridas he aprendido a recelar de varones extranjeros.

¡Ojalá viviera Androgeo! No hubieras expiado tus hechos con tus muertos, impía tierra de Cécrope; ni tu diestra, Teseo, no habría sacrificado con la nudosa maza al que era en parte hombre, en parte toro, ni yo te habría dado los hilos para que te mostraran el camino de vuelta, los hilos recogidos por tus manos aplicadas sin parar. La verdad es que no me sorprende que la victoria esté de tu lado, ni que la bestia, abatida, se derrumbara en tierra cretense. No podían ser atravesadas tus férreas vísceras con un cuerno; aunque no te hubieras cubierto tú, hubieras estado seguro con tu pecho. Ahí llevas pedernales, ahí llevas acero, ahí tienes a Teseo, que puede vencer al pedernal. Crueles sueños, ¿por qué me tuvisteis dormida? Por una vez tenía que haberme hundido en una noche eterna. Crueles también vosotros, vientos, demasiado propicios y vosotras, brisas indulgentes, para llanto mío. Diestra cruel, que me mató a mí y a mi hermano, y lealtad, nombre vano, dada a quien la pedía. Contra mí se conjuraron el sueño, el viento y la lealtad: ¡yo, una sola joven, he sido traicionada por tres causas!

Así que, ¿no veré yo, a punto de morir, las lágrimas de mi madre, ni habrá quien cierre mis ojos con sus dedos? ¿Mi desgraciado espíritu marchará a brisas extranjeras y no ungirá una mano amiga mis miembros yacentes? ¿Sobre mis huesos sin enterrar se posarán aves marinas? ¿Este es el sepulcro digno de mis oficios? Irás al puerto de Cécrope y serás recibido en tu patria, cuando te detengas altivo en presencia de tu gente y le cuentes la muerte del hombre-toro, y sobre la morada de piedra cortada por dudosos caminos, cuenta también que me abandonaste en una tierra desierta: no se me debe excluir de tus títulos. Ni tu padre es Egeo ni eres hijo de Etra, hija de Piteo: tus padres son las piedras y el mar.

Quisieran los dioses que me vieras desde lo más alto de la nave; mi triste figura habría conmovido tu expresión. Ahora también no con los ojos, sino con lo único que puedes, con la mente, mírame agarrada a una roca que golpea el vaivén del agua. Mira mis cabellos, sueltos en señal de duelo y la túnica pesada por las lágrimas, como si fuera por la lluvia. Se estremece mi cuerpo, como las espigas golpeadas por los aquilones, y las letras se deslizan llevadas por dedos temblorosos. No te imploro por mis méritos, ya que tan mal me ha ido; ningún merito sea debido a mis hechos. Pero tampoco castigo. Y si no he sido yo causa de tu salvación, no tienes por qué ser la causa de mi perdición. Estas manos cansadas de golpear mi lúgubre pecho las extiendo desgracidas a través del ancho mar. Estos cabellos que me quedan te los muestro entristecida. Por las lágrimas que tus acciones han provocado, te suplico: vira tu nave, Teseo, y, al cambiar el viento, vuelve. Si antes he muerto, tú al menos llevarás mis huesos.

 Ovidio, Heroidas X

jueves, 16 de agosto de 2012

En una caza del tesoro, tan pronto como los resplandores de las monedas de oro empiezan a filtrarse por la cerradura de cobre, la emoción nos embarga y apenas osa uno a abrir la tapa. Miedo a ganar.

Y así me vi de repente. Valiente y cobarde. Con muchos kilómetros a las espaldas pero traspirando  cobardía por cada poro de mi cuerpo. El amor y el miedo van de la mano con demasiada frecuencia. Y tú me desarmaste. Pero hoy empieza de nuevo esta militia amoris. Hoy viajo sobre los railes de mi propio miedo. Y no habrá nada que me detenga. Ni siquiera la distancia.

Porque hoy nos merecemos ser felices.





¿Que de qué tengo miedo?
De ti. En fin, de mí sin ti.

martes, 14 de agosto de 2012

Oculi sunt in amore duces


Dicen que los ojos son el espejo del alma.

En ocasiones hay miradas capaces de trasmitir más de mil palabras a la vez. Otras, nuestros ojos mandan miradas tímidas que se cruzan veloces durante un breve instante, mostrando lo que uno lleva dentro y que no se atreve a decir. Miradas que aman mientras los labios callan. Miradas que provocan el nacimiento de miles de sentimientos. Miradas que busco en tus ojos...

Tan sólo una mirada.

lunes, 9 de julio de 2012

Y al fin llegó el día


El viernes pasado, 6 de julio, tuvo lugar uno de los momentos más importantes de mi vida: después de cinco duros y maravillosos años, al fin me convertía en filóloga clásica, al fin todas mis ilusiones veían su cumplimiento. Había alcanzado mi meta. 


Y para que no se quede en el olvido, dejaré aquí mi discurso y algunas fotos de ese gran día.


 Queridos compañeros, padres, profesores y demás asistentes. Permítanme que les cuente una pequeña historia:
Érase una vez, una chiquilla que nació por aquellos años en que la Filología Clásica se instaló en este templo de sabiduría. Desde muy pequeñita se sintió atraída por aquella civilización tan lejana en el tiempo, y que paseando por Cádiz se encontraba a cada paso: Gades se abría ante sus infantiles ojos y llegó a sentir tan dentro esa cultura que siempre tuvo claro que algún día aprendería aquella lengua que los mayores decían que estaba "muerta" (¡Qué cosas más raras dicen a veces los adultos!).
Y el tiempo fue pasando, la chiquilla fue creciendo y sin quererlo entró en su vida un nuevo amor: aquellas letras que no era capaz de descifrar la cautivaron, fue amor a primera vista. Y aquellas dos civilizaciones trabaron combate dentro de ella, como el Levante y el poniente lo hacen por las calles gaditanas. Y ninguna ganó, la batalla dio paso a una tregua, que se ha alargado durante siete años.
Y aquella niña, convertida en toda una mujer, siguió los dictámenes de su corazón, a pesar de las voces que le recomendaban escoger otro camino, más fácil, más seguro y con mejores salidas laborales. Pero ella eligió el sendero de las palabras, de las letras puras, del latín y del griego, del conocimiento que día a día recorre un océano de siglos ya transcurridos y que viene a renacer a manos de la curiosidad y la inquietud de algún estudiante.
Se perdió entre los amores de Catulo y Lesbia, entre poemas de Safo, en la desesperación de Dido ante la marcha de Eneas, en la ternura de la despedida de Héctor y Andrómaca, en combates singulares entre aqueos y troyanos, entre troyanos y latinos, entre los orígenes de Grecia y Roma. Y pudo vivir en sus propias carnes, de la mano del grupo de teatro Phersu, el dolor del pueblo argivo ante la muerte de su rey Agamenón, un rebelión de mujeres con Lisístrata a la cabeza, con Avispas las locuras de un viejo ateniense obsesionado con acudir al Tribunal en contra de la voluntad de su hijo y la desmesura de Edipo, que en un solo día descubre su origen y su culpa.
Y aunque no fue precisamente un camino de rosas, no se arrepiente de haber tenido la osadía de ir contracorriente, de hacer una carrera por vocación y no por lo que le pudiera reportar a largo plazo, de todo lo que ha podido aprender entre estos muros, de la gente que ha tenido el placer de conocer: profesores, compañeros de otras licenciatura, grandes amigos al fin y al cabo.
Como habrán adivinado aquella chiquilla soy yo y cinco años después de haber tomado aquella decisión me siento orgullosa de decir que soy filóloga clásica. Porque no debemos olvidar que las lenguas clásicas son ese vehículo de transmisión que nos lleva a conocer lo que fuimos, lo que somos y lo que deberán ser nuestros hijos, no ya como grupo o como Nación, sino como toda una Civilización entera, que respeta, quiere y en cierto modo, anhela sus raíces. Y en estos tiempos que corren, en los que la sociedad y muchas de nuestras autoridades rechazan y menosprecian las letras, no debería olvidarse, ya sea por descuido o negligencia, que una parte tan importante de lo que somos es Grecia y Roma, y que todo está impregnado de tan maravillosa herencia: desde el mundo de la Ciencia hasta el sistema jurídico, heredero directo del romano, la Filosofía, la Religión, el Estado, la Democracia, el Sistema político, la manera de pensar, la forma de afrontar la vida...
Es un gran error, por tanto, concluir que las lenguas clásicas estén muertas. Están muy vivas, no ya como lenguas que se hablen en la actualidad, sino como Cultura y como vehículo hacia la Cultura. Ahora, precisamente ahora, en esta sociedad donde las letras están tan devaluadas, en este mundo lleno de progresos tecnológicos y de vacíos intelectuales, más que nunca debemos tener conciencia del valor incalculable de las letras que ahora ya forman parte de nosotros.
Perdonen esto que acabo de decirles, pero en estos tiempos que corren más que nunca debemos luchar y defender lo nuestro.
No quiero marcharme de aquí sin dar las gracias. En primer lugar a mis padres, porque aceptaron y apoyaron desde el primer momento que yo eligiera Filología Clásica, porque han aguantado mis largas jornadas de estudio, mis enfados ante apuntes imposibles, mi dedicación casi plena a esta carrera... Ellos desde el principio supieron ver que parte de mi felicidad estaba en mis estudios, en completar esta etapa que sin duda constituye un antes y un después en mi vida, y creo que en la de todos los que hoy nos graduamos.
A mis amigos, a los de toda la vida y a los que he tenido el placer de conocer aquí. Gracias de corazón por soportarme en momentos de agobios y por estar ahí cuando os he necesitado.
Y en último lugar, aunque no por ello menos importante, a todos mis profesores. Ellos han sido mis guías en esta travesía que hoy llega a su fin y que da paso a un nuevo comienzo. Ellos han ido prendiendo luces en un camino de oscuras dudas, y han sido capaces de entender mis metas e inquietudes, han sabido alegrar esta senda en los momentos más duros. A todos y cada uno de ellos, mi más sincera gratitud, por haber puesto su granito de arena, sus ganas, su conocimiento, su entusiasmo y, sin duda alguna, su corazón a la hora de hacer de mi lo que soy ahora.
Por descontado, me llevo los mejores recuerdos de esta familia grecolatina que hemos formado aquí profesores y alumnos: un viaje a Grecia inolvidable, fonemas impronunciables (a ver quien de los presentes es capaz de pronunciar una laringal con su apéndice correspondiente), un buen repertorio de chistes (nótese la ironía) y lo más importante: he descubierto que hay personas más locas que yo que en su tiempo libre se dedicaron a escribir cuentos en indoeuropeo (tiene que haber gente para todo).

Con vuestra venia, no diré los nombres de todos y cada uno de los profesores que me han acompañado en esta travesía, pero creo que es necesario hacer una mención especial a nuestro querido don Luis Charlo, leyenda viva de la Filología Clásica pero sobre todo un ejemplo de humanidad. Y haciendo uso de una de sus "charlotadas", ojalá, cuando sea grande, pueda llegar a significar para mis futuros alumnos la mitad de lo que él ha significado para mí, que pueda entusiasmarlos del mismo modo que él lo hizo conmigo, que tenga la misma energía y vitalidad que él en clase.
Compañeros, hoy es un gran día para todos nosotros. Tenemos motivos para estar orgullosos. Hemos conseguido algo importante, además de un título. Nos llevamos de aquí amigos, familia y buenos sentimientos. Este es el fin de una etapa, hoy se abren ante nosotros nuevos caminos que explorar, nuevas ambiciones y nuevos retos. Por ello, hoy no celebramos un fin, sino un nuevo comienzo. Estamos en un punto de inflexión para llegar a nuestro verdadero destino.
Gracias por su atención.
 

  Gracias de todo corazón a todos los que me acompañasteis ese momento tan especial y lo compartisteis conmigo, profesores, amigos, y como no, mis padres, orgullosísimos de su niña.

 

martes, 15 de marzo de 2011

Viaje hacia mi interior

Nunca pensé que un viaje pudiera cambiarme tanto. Nunca pensé que ese viaje que siempre había querido hacer iba a ayudarme a ser mejor persona. Nunca pensé que volvería a sentirme tan cómoda rodeada de tanta gente. Nunca pensé que podría sentirme tan bien conmigo misma como en aquellos parajes. Nunca pensé que volvería a reír tanto. Nunca pensé que volvería a sentir esa paz.

Nunca pensé que pasear por la Acrópolis me pudiera hacer sentir tantísimas emociones a la vez. Nunca pensé que podría encontrar la tranquilidad mirando a unas aguas que no fueran las de mi Caleta. Nunca pensé que vería una puesta de sol más bonita que las que he visto en mi Cádiz.

Nunca pensé que pisaría las tierras de Micenas, que me sentiría como Agamenón volviendo a su patria tras la Guerra de Troya. Porque en ese momento yo volvía a mi patria, a la que siempre he sentido mía desde la otra punta de Europa.


Nunca pensé que podría cumplir un sueño. Nunca pensé que me vería representando esa tragedia que tanto ha significado para mí ante tanta gente y en un espacio tan mágico como es Epidauro. Nunca pensé que, aunque sólo fuera durante un segundo, podría sentir la magia del teatro con tanta fuerza.
Nunca pensé que la Pitia pondría ante mí el oráculo más claro y evidente de los que ha pronunciado a lo largo de la historia. Nunca pensé que sentiría la esencia divina a cada paso. Nunca pensé que volvería con esa ilusión que me empujó a comenzar el viaje de la Filología Clásica hace ya cuatro años.

Nunca pensé que estando a tantos kilómetros podría sentirte tan cerca. Nunca pensé que podría volver queriéndote más de lo que lo hacía, con las ideas más claras que nunca y con una sonrisa que aún no he perdido. Nunca pensé que volvería a creer firmemente que el amor puede ser eterno.

Nunca pensé que volvería a sentir esa necesidad imperiosa de escribir y aquí estoy, escribiendo de nuevo: hoy no me importa volver a dejar libres mis sentimientos, no me importa quien pueda leer esto, no me importa que alguien pueda conocerme de una manera más profunda a partir de lo que sale desde lo más hondo de mi ser. Hoy vuelvo a sentirme yo.



A veces es necesario poner tierra de por medio: llevo tanto tiempo intentando cambiar y sólo ocho días alejada del mundo han conseguido lo que durante años no he podido.



Bendita sea la tierra donde nació la cultura occidental, porque ha llenado de luces las oscuridades de mi alma.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Si sapis, sis apis

Apes, ut aiunt, imitari debemus, quae uagantur et flores ad mel faciendum idoneos carpuntur.
Séneca, Epist. ad Lucilium

jueves, 29 de abril de 2010

Con el tiempo podrás conocer que esto es cierto, ya que sólo el tiempo muestra al hombre justo, mientras que podrías conocer al perverso en un solo día.

EDIPO REY (vv.612-615)